Jorge Manrique: Coplas por la muerte de su padre

En un día de abril de 1479 (hay quien defiende que el 24, pero no hay acuerdo sobre el día exacto) moría el caballero Jorge Manrique en la batalla de Santa María del Campo de Rus en la provincia de Cuenca frente a los muros del castillo de Garcimuñoz.

Jorge Manrique: Coplas por la muerte de su padre

Jorge Manrique - (1440-1478)

Enterrado en el monasterio de Uclés, cayó peleando al lado de Isabel y Fernando, contra Juana la Beltraneja. De origen noble (su padre, Don Rodrigo Manrique fue conde de Paredes de Nava) y caballero de la orden de Santiago, murió muy joven pero exprimió su fulgurante existencia dedicado a los hechos de armas y a la poesía disfrutando de la corte fastuosa de Juan II.

Su poesía, profunda y dedicada a la reflexión sobre la banalidad de los honores, es un monumento magnífico a su entorno renacentista. No sólo es profundo sino que hace alarde de un vital sentido del humor

Su obra más conocida son las "Coplas por la muerte de su padre", poema escrito en 43 coplas de pie quebrado. Quienes estén interesados en consultar toda su obra pueden utilizar este vínculo de Cervantes virtual. También se puede revisar el original, que se conserva en la Biblioteca Nacional, a través de este enlace

Coplas por la muerte de su padre

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando,

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parecer,

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera,

más que duró lo que vio

porque todo ha de pasar

por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos,

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

Invocación:

Dejo las invocaciones

de los famosos poetas

y oradores;

no curo de sus ficciones,

que traen yerbas secretas

sus sabores;

A aquél sólo me encomiendo,

aquél sólo invoco yo

de verdad,

que en este mundo viviendo

el mundo no conoció

su deidad.

Este mundo es el camino

para el otro, que es morada

sin pesar;

mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada

sin errar.

Partimos cuando nacemos,

andamos mientras vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos

descansamos.

Este mundo bueno fue

si bien usáramos de él

como debemos,

porque, según nuestra fe,

es para ganar aquél

que atendemos.

Aun aquel hijo de Dios,

para subirnos al cielo

descendió

a nacer acá entre nos,

y a vivir en este suelo

do murió.

Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que en este mundo traidor,

aun primero que muramos

las perdamos:

de ellas deshace la edad,

de ellas casos desastrados

que acaecen,

de ellas, por su calidad,

en los más altos estados

desfallecen.

Decidme: la hermosura,

la gentil frescura y tez

de la cara,

el color y la blancura,

cuando viene la vejez,

¿cuál se para?

Las mañas y ligereza

y la fuerza corporal

de juventud,

todo se torna graveza

cuando llega al arrabal

de senectud.

Pues la sangre de los godos,

y el linaje y la nobleza

tan crecida,

¡por cuántas vías y modos

se pierde su gran alteza

en esta vida!

Unos, por poco valer,

¡por cuán bajos y abatidos

que los tienen!

otros que, por no tener,

con oficios no debidos

se mantienen.

Los estados y riqueza

que nos dejan a deshora,

¿quién lo duda?

no les pidamos firmeza,

pues son de una señora

que se muda.

Que bienes son de Fortuna

que revuelven con su rueda

presurosa,

la cual no puede ser una

ni estar estable ni queda

en una cosa.

Pero digo que acompañen

y lleguen hasta la huesa

con su dueño:

por eso nos engañen,

pues se va la vida apriesa

como sueño;

y los deleites de acá

son, en que nos deleitamos,

temporales,

y los tormentos de allá,

que por ellos esperamos,

eternales.

Los placeres y dulzores

de esta vida trabajada

que tenemos,

no son sino corredores,

y la muerte, la celada

en que caemos.

No mirando nuestro daño,

corremos a rienda suelta

sin parar;

desque vemos el engaño

y queremos dar la vuelta,

no hay lugar.

Si fuese en nuestro poder

hacer la cara hermosa

corporal,

como podemos hacer

el alma tan glorïosa,

angelical,

¡qué diligencia tan viva

tuviéramos toda hora,

y tan presta,

en componer la cativa,

dejándonos la señora

descompuesta!

Esos reyes poderosos

que vemos por escrituras

ya pasadas,

por casos tristes, llorosos,

fueron sus buenas venturas

trastornadas;

así que no hay cosa fuerte,

que a papas y emperadores

y prelados,

así los trata la muerte

como a los pobres pastores

de ganados.

Dejemos a los troyanos,

que sus males no los vimos

ni sus glorias;

dejemos a los romanos,

aunque oímos y leímos

sus historias.

No curemos de saber

lo de aquel siglo pasado

qué fue de ello;

vengamos a lo de ayer,

que también es olvidado

como aquello.

¿Qué se hizo el rey don Juan?

Los infantes de Aragón

¿qué se hicieron?

¿Qué fue de tanto galán,

qué fue de tanta invención

como trajeron?

Las justas y los torneos,

paramentos, bordaduras

y cimeras,

¿fueron sino devaneos?

¿qué fueron sino verduras

de las eras?

¿Qué se hicieron las damas,

sus tocados, sus vestidos,

sus olores?

¿Qué se hicieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar,

las músicas acordadas

que tañían?

¿Qué se hizo aquel danzar,

aquellas ropas chapadas

que traían?

Pues el otro, su heredero,

don Enrique, ¡qué poderes

alcanzaba!

¡Cuán blando, cuán halaguero

el mundo con sus placeres

se le daba!

Mas verás cuán enemigo,

cuán contrario, cuán cruel

se le mostró;

habiéndole sido amigo,

¡cuán poco duró con él

lo que le dio!

Las dádivas desmedidas,

los edificios reales

llenos de oro,

las vajillas tan febridas,

los enriques y reales

del tesoro;

los jaeces, los caballos

de sus gentes y atavíos

tan sobrados,

¿dónde iremos a buscallos?

¿qué fueron sino rocíos

de los prados?

Pues su hermano el inocente,

que en su vida sucesor

se llamó,

¡qué corte tan excelente

tuvo y cuánto gran señor

le siguió!

Mas, como fuese mortal,

metióle la muerte luego

en su fragua.

¡Oh, juïcio divinal,

cuando más ardía el fuego,

echaste agua!

Pues aquel gran Condestable,

maestre que conocimos

tan privado,

no cumple que de él se hable,

sino sólo que lo vimos

degollado.

Sus infinitos tesoros,

sus villas y sus lugares,

su mandar,

¿qué le fueron sino lloros?

¿Qué fueron sino pesares

al dejar?

Y los otros dos hermanos,

maestres tan prosperados

como reyes,

que a los grandes y medianos

trajeron tan sojuzgados

a sus leyes;

aquella prosperidad

que tan alta fue subida

y ensalzada,

¿qué fue sino claridad

que cuando más encendida

fue amatada?

Tantos duques excelentes,

tantos marqueses y condes

y varones

como vimos tan potentes,

di, muerte, ¿dó los escondes

y traspones?

Y las sus claras hazañas

que hicieron en las guerras

y en las paces,

cuando tú, cruda, te ensañas,

con tu fuerza las atierras

y deshaces.

Las huestes innumerables,

los pendones, estandartes

y banderas,

los castillos impugnables,

los muros y baluartes

y barreras,

la cava honda, chapada,

o cualquier otro reparo,

¿qué aprovecha?

que si tú vienes airada,

todo lo pasas de claro

con tu flecha.

Aquél de buenos abrigo,

amado por virtuoso

de la gente,

el maestre don Rodrigo

Manrique, tanto famoso

y tan valiente;

sus hechos grandes y claros

no cumple que los alabe,

pues los vieron,

ni los quiero hacer caros

pues que el mundo todo sabe

cuáles fueron.

Amigo de sus amigos,

¡qué señor para criados

y parientes!

¡Qué enemigo de enemigos!

¡Qué maestro de esforzados

y valientes!

¡Qué seso para discretos!

¡Qué gracia para donosos!

¡Qué razón!

¡Cuán benigno a los sujetos!

¡A los bravos y dañosos,

qué león!

En ventura Octaviano;

Julio César en vencer

y batallar;

en la virtud, Africano;

Aníbal en el saber

y trabajar;

en la bondad, un Trajano;

Tito en liberalidad

con alegría;

en su brazo, Aureliano;

Marco Tulio en la verdad

que prometía.

Antonio Pío en clemencia;

Marco Aurelio en igualdad

del semblante;

Adriano en elocuencia;

Teodosio en humanidad

y buen talante;

Aurelio Alejandro fue

en disciplina y rigor

de la guerra;

un Constantino en la fe,

Camilo en el gran amor

de su tierra.

No dejó grandes tesoros,

ni alcanzó muchas riquezas

ni vajillas;

mas hizo guerra a los moros,

ganando sus fortalezas

y sus villas;

y en las lides que venció,

muchos moros y caballos

se perdieron;

y en este oficio ganó

las rentas y los vasallos

que le dieron.

Pues por su honra y estado,

en otros tiempos pasados,

¿cómo se hubo?

Quedando desamparado,

con hermanos y criados

se sostuvo.

Después que hechos famosos

hizo en esta misma guerra

que hacía,

hizo tratos tan honrosos

que le dieron aún más tierra

que tenía.

Estas sus viejas historias

que con su brazo pintó

en juventud,

con otras nuevas victorias

ahora las renovó

en senectud.

Por su grande habilidad,

por méritos y ancianía

bien gastada,

alcanzó la dignidad

de la gran Caballería

de la Espada.

Y sus villas y sus tierras

ocupadas de tiranos

las halló;

mas por cercos y por guerras

y por fuerza de sus manos

las cobró.

Pues nuestro rey natural,

si de las obras que obró

fue servido,

dígalo el de Portugal

y en Castilla quien siguió

su partido.

 

Después de puesta la vida

tantas veces por su ley

al tablero;

después de tan bien servida

la corona de su rey

verdadero:

después de tanta hazaña

a que no puede bastar

cuenta cierta,

en la su villa de Ocaña

vino la muerte a llamar

a su puerta,

diciendo: «Buen caballero,

dejad el mundo engañoso

y su halago;

vuestro corazón de acero,

muestre su esfuerzo famoso

en este trago;

y pues de vida y salud

hicisteis tan poca cuenta

por la fama,

esfuércese la virtud

para sufrir esta afrenta

que os llama.

No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

pues otra vida más larga

de la fama glorïosa

acá dejáis,

(aunque esta vida de honor

tampoco no es eternal

ni verdadera);

mas, con todo, es muy mejor

que la otra temporal

perecedera.

El vivir que es perdurable

no se gana con estados

mundanales,

ni con vida deleitable

en que moran los pecados

infernales;

mas los buenos religiosos

gánanlo con oraciones

y con lloros;

los caballeros famosos,

con trabajos y aflicciones

contra moros.

Y pues vos, claro varón,

tanta sangre derramasteis

de paganos,

esperad el galardón

que en este mundo ganasteis

por las manos;

y con esta confianza

y con la fe tan entera

que tenéis,

partid con buena esperanza,

que esta otra vida tercera

ganaréis.»

[responde el Maestre]

«No tengamos tiempo ya

en esta vida mezquina

por tal modo,

que mi voluntad está

conforme con la divina

para todo;

y consiento en mi morir

con voluntad placentera,

clara y pura,

que querer hombre vivir

cuando Dios quiere que muera

es locura.

Oración:

Tú, que por nuestra maldad,

tomaste forma servil

y bajo nombre;

tú, que a tu divinidad

juntaste cosa tan vil

como es el hombre;

tú, que tan grandes tormentos

sufriste sin resistencia

en tu persona,

no por mis merecimientos,

mas por tu sola clemencia

me perdona.»

Fin:

Así, con tal entender,

todos sentidos humanos

conservados,

cercado de su mujer

y de sus hijos y hermanos

y criados,

dio el alma a quien se la dio

(en cual la dio en el cielo

en su gloria),

que aunque la vida perdió

dejónos harto consuelo

su memoria.


 

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